La Lisonja

Lisonja: Alabanza exagerada y generalmente interesada que se hace a una persona para conseguir un favor o ganar su voluntad.
Lisonjero: el que hace uso de la lisonja.
Existen, sin embargo, quienes de la lisonja hacen arte. No es necesario tener título académico o nobiliario para proveerse de congratulaciones de gente posicionada cuando de la lisonja se hace docto uso. Ésas que obedecen a la elevación del ego, subjetiva o explícitamente (hay quien gusta y disfruta de la lisonja) y que provocan el uso o abuso del poder del halagado, vuelto voz autoritaria para favorecer a quien tanta coba le ha prodigado.
Pobres individuos, tanto los que gozan como los que de la alabanza hacen su profesión y modus vivendi. Pobre de nuestro sistema que deja todo en manos de quienes mejor uso hacen de la lisonja y que ahora justifican con papeles que demuestran su trayectoria de estudios dentro y fuera de nuestro México. Aclaro fuertemente que existen honrosísimas excepciones: gente pensante y que define claramente el porqué de sus acciones.
En sus inicios, previos momentos a la interpretación de su famosa canción “No soy de aquí ni soy de allá”, Facundo Cabral decía “Doy la cara al enemigo y la espalda al buen comentario, porque el que acepta un halago, empieza a ser dominado. El hombre le hace caricias al caballo…, para montarlo”. Ahora veo cuántos lisonjeros, bien preparados desde luego en escuelas caras pagadas por su familia de grandes ingresos, montan caballos de buena cepa, posicionados en puestos clave, tanto de un sistema político oficial, como de uno privado.
Al hablar de lisonja, se establece la imagen del religiosamente político mexicano. Nadie que ose colocarse el apellido partidista de clase política alguna, escapa de este concepto (además de corrupto, inepto, aprovechado, tranza, etc.). Todos son tasados con la misma  medida, desde el funcionario de más alto rango, hasta el más humilde de los servidores públicos, quienes con seguridad – dicho esto por vox populi - han llegado a su puesto por hacer, empírica o profesionalmente, magnífico uso de la adulación hacia encumbrado personaje, convertido en padrino de ascenso.
He aquí el paradigma formado, proveniente del uso de la añeja lisonja, cuyos usuarios han sido mencionados desde la literatura antigua, haciendo este oficio tan añejo, tal vez, como aquél que propone el servicio del cuerpo a cambio de una paga. No queda más que estar atento a quien viene y al oído nos provoca emociones de admirado súper héroe, personaje mítico o mesías salvador del pueblo o del mundo; cuidado con aquél que espera a cambio el favor injusto que lesiona al tercero mejor preparado pero que no hace uso más que de verdad honrosa.
¿Quién puede sustraerse ante tal canto de sirena? Sentirse Apolo o Musa inspiradores de abyectos adjetivos, convertidos por lengua ofidia, y transformados en alegóricas adulaciones por oído necesitado de sentirse bien por actos propios de cobardía o corrupción contaminante.
El lisonjero hace uso de la lisonja, pero quien lo nombra caballero es quien se deja seducir por ella; no olvide quien en esto se encuentra, que aquél que lo dice, busca algo para sí, sin merecerlo. Provoca también culpa en quien en dádiva devuelve la palabra melosa ya que, “tanto peca el que mata a la vaca…”
Un tema poco dicho, exento de cualquier reforma pero cuyo paradigma es necesario romper para mejor convivencia y crecimiento social, para hablar de mejores hombres y mujeres inmersos en las esferas que mueven nuestro País. De esos hombres y mujeres que sin ser hijos de encumbrados, han logrado llegar sin expeler lisonjas, que reconocen ya el esfuerzo y dan a cada quien lo que se merece; que conocen sus alcances y limitaciones y prestan oídos sordos al lisonjero, que ya se encuentran tanto en el sistema de gobierno como en la iniciativa privada y que saben que sus actos lograrán encumbrarlos. No van solos, van con su equipo completo, ése donde más que adulaciones y halagos, va el servicio, el trabajo, el esfuerzo como tarjetas de presentación.

El paradigma empieza a doblarse apenas…

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