La amistad virtual
Como inmigrante digital, en los principios de la Internet y
antes del surgimiento de las redes sociales, cuando sólo había la comunicación
a través de pesados servidores de correo electrónico o mensajería instantánea
al estilo ICQ, Hotmail o Yahoo! por ejemplo,
un maestro y ahora admirado amigo mío me comentaba, mientras esperábamos el
cambio entre uno y otro sustentante de Licenciatura, que él no compartía esas
herramientas que ofrecía la web pues las sentía frías, sin el toque personal de
verse, escucharse. Para el caso de lo que él seguía llamando cartas, no había
ya la emoción de revisar el buzón, de escuchar el aviso del cartero, de
escribir a mano o a máquina de escribir el texto a enviar, ponerlo en un sobre
y recordar la dirección de destino, mientras se imaginaba, haciendo uso de su
geografía mental, por dónde estaba el domicilio escrito.
A tantos años de distancia de esta plática, ya con igual
número de años transcurridos sobre mi persona y experiencias adquiridas,
celebro la facilidad de escribir y llegar a mucha gente. Textos de todo tipo
que surgen de lo que vivo y aprendo, de lo que pienso y puedo redactar.
Como ganador de asilo tecnológico y usuario de redes
sociales, de pronto me doy cuenta que tengo ya a 469 amigos, así nombrados por
el creador de Facebook. Me he dado a la tarea de leer lo que entre algunos de
ellos, ya no de los tantos dichos, escriben en su muro y aparecen en el mío y
noto dos cosas: quienes escriben no los conozco, ignoro cómo forman parte de
ésas más de cuatro centenas de amigos míos, y aún sin conocerse entre sí –al
menos sin tener una relación establecida en la línea de la red social – de
pronto escriben de lo mismo. Ya no es el sistema fabuloso para los que gustan
del plagio, que es copiar y pegar, sino que esto se facilita a través del botón
compartir.
Quizás ya la edad me haga ver las cosas diferentes y dar o
negar permisos para hace uso del botón compartir, pues daría autorización a
quien sea un buen escritor y que lo haya demostrado en sus producciones para el
mundo mismo; no a quien comparte y ni siquiera “escribe algo” que pudiera
explicarnos por qué lo hizo, por qué sugiere que debemos leerlo. Tomo como
ejemplo los videos o imágenes que en un clic ya aparecen de pronto, con
únicamente el nombre de quien lo comparte y el de aquél o aquélla desde donde
lo ha tomado para el efecto.
Hay programas que motivan, desarrollan la creatividad del
usuario de correos, mensajería y redes sociales, creatividad con ingenio que se
pierde cuando se deja de escribir y sólo se copia o pega y se comparte, pero
sobre todo a quién se comparte.
Porque todo lo que hagamos, haciendo uso de la tecnología,
podemos enviarlo a muchos destinatarios a través de los grupos que hayamos
formado en nuestro servidor de correos, grupos de chats o para que aparezca con
todos nuestros amigos con sólo hacer uso de nuestro estado en la red social.
Entonces, ¿dónde está el contacto humano? ¿Dónde la
comunicación que debe proliferar a través de los medios cibernéticos? Escribo,
creo, diseño para ¿cuántos? ¿Cuántos de ellos dan cuenta de haberlo recibido?
¿Alguien puede hablar de intercambio epistolar? Yo sí, pero
con sólo tres personas de todo el universo, pequeño si se quiere, de contactos,
amigos y oyentes de donde soy usuario e internauta. Y ¿de escribir con ortografía?
Cierto, como maestro afirmo que todo esto nos da la oportunidad de acceder a
espacios de escritura, pero ¿quién corrige la plana? De nuevo la frialdad e
insensibilidad que mi personaje mencionado inicialmente me hizo escuchar.
Aquellos de mi época –sí, he de decirlo así, de mi época y
entre todos, de nuestra época – entendimos la necesidad, la obligatoriedad de
escribir bien para comunicarnos bien. Ahora aun cuando en la escuela se
pretenda crear este concepto, basta con que el alumno escriba de forma tal que
los destinatarios descifren correctamente y respondan con igual código personal
para concluir que nos hemos comunicado y poder aprobar y acreditar el curso, es
decir, se trata de establecer comunicación, no de hacerlo como debe de ser;
algo que se manifiesta y comprueba en el uso de los mensajes de celular, por
los servicios de internet o las aplicaciones de las redes sociales.
La frialdad de la tecnología impide sentir la vergüenza de
hacer las cosas mal; yo escribo, ustedes me entienden, algunos me responden de
tales formas que de alguna manera yo entiendo y ¡listo!
Uniendo los temas, actualmente se envían felicitaciones,
tarjetas creativas con diseños propios o “compartidos” con motivo de
cumpleaños, fechas especiales, aniversarios específicos sin importar si están
bien escritos o no; total un “felis cumple k l pses bien”, es suficiente para
entender que me están deseando por más de una decena de personas, cosas buenas
en mi cumpleaños lo cual luego puedo agradecer de acuerdo al nivel de gramática
personal pues es cosa que ya carece de importancia.
Además, basta con esas letras, el diseño del gráfico, para
ya no tener que esperar a nadie para el abrazo físico, para recibir el regalo –
que puede ser una sencilla pero valiosísima muestra de cariño, hay que regalar
amor, no comprarlo; aunque esto me haga sonar avaro (perdón Molière) –, sentir
el cariño o afecto de la persona que viene a visitar en el día tan especial.
Claro está que también hay un considerable ahorro pues el del cumpleaños ha de
ser anfitrión y gastar en compras para que las visitas o invitados degusten de
cuando menos un refresco y alguno que otro antojito o bocado que pueda
satisfacer la cantidad de hambre que pudieran tener. Gasto justificado por la
calidez humana compartida en el contacto social físico de la reunión para
celebrar al del santo o aniversario cronológico.
Concluyo: el crecimiento de los modelos de comunicación
permite conversar con muchas personas, muy pocas entre sí, entendiendo por
conversar el envío de mensajes sin esperar respuestas, pero está ya creciendo
también la facilidad para enviar sin destinatario, para recibir sin remitente
en actos en donde lo interesante es saber que ya se ha escrito algo y por tanto
cumplido con la intención de sentirse alguien que no olvida una fecha, o a
alguien especial con unas cuantas letras por cierto, como logren imprimirse.
Entonces para mis 469 amigos y los que se sumen en este
apretón de “confirmar amistad”, envío mis frías letras para desearles mucha
felicidad en este Día del Amor y la Amistad, esperando de igual forma sus
letras de agradecimiento y algo que se me olvidaba y que me dice que aún hay
más frío en los polos: hagan clic en “me gusta”, para los más entendidos, denme
muchos “like”.
Eso sí, no tendré tiempo para los que nos frecuentamos y así
saludarlos personalmente el día de hoy, pero saben que cuando nos encontremos,
el saludo con el apretón de manos, el abrazo sincero, será parte del ritual que
nos identifica más que como invisibles tecnológicos, como individuos, personas
que existimos y disfrutamos de la presencia física y desde luego, de la plática
interesante, de ser posible ante una taza de humeante café, una coca o pepsi
bien fría, un jugo natural, un vaso de horchata o pozole con coco y por qué no,
una rica cerveza, máximo dos en lo que a un servidor se refiere, con su rica y
abundante botana.
Salgamos de la plática virtual, regresemos a sentir el
sonido de las voces. Así el día de la amistad será más real todavía.
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