Normalistas, clase 1981

Y así, simplemente ocurrió. El acercamiento a los recuerdos juveniles dio inicio la noche en el Viejo Molino. Fuimos pocos, es cierto, pero los pocos dijimos mucho, incluso de los que no asistieron. Evocamos desde el mismo día que nos alejamos, nuestra vida personal, familiar, profesional. Hablamos de los esposos, las esposas, los hijos, los nietos, de nuestros padres. A nuestro modo cada quien dedicó una línea de pensamiento a quienes se han adelantado con nuestra hermana Muerte y están ya conociendo a Dios y, estamos seguros, educando a ángeles y querubines.
Silva, Mercy, Lupita, Martín, Limberth.
Faltó Carlos. Estamos pendientes para la próxima
Hubieron risas a montones, pocos momentos serios y el asombro ante el relato de quien venció al tumor, a la muerte misma por su carácter alegre pero más que nada por su inquebrantable fe. Describiendo a detalle su padecer vuelto calvario, vivido con su madre quien nunca se separó del hijo ni derramó lágrima alguna o mostró tristeza para no debilitar más al enfermo; de cómo tuvo la visión divina de la visita de seres superiores y de la postración en la casa, ante los pies de la Madre de los mexicanos y creyentes católicos para dejar salir el llanto del miedo, del terror de no regresar al hogar de providencia; postración que se tornó en agradecimiento eterno y alimento a la creencia irrevocable en Nuestra Señora de Guadalupe. Las tazas de café corrieron desde el “normal” hasta el descafeinado; para la cena con tres platillos cenamos todos los cinco que asistimos pues al parecer ya no somos los mismos comensales nocturnos de hace mucho, algo que reconocimos al estar hablando de enfermedades presentes o pasadas, previniendo las futuras y declararnos químicos sin título al poder decir para qué sirven los nombres raros así como el contenido genérico de lo que ritualmente debemos consumir para seguir viviendo. Las risas sonaron más fuertes al darnos cuenta del rumbo de la conversación y reflexionar que hace ya treinta y tres años, el tema entre nosotros era por la incertidumbre del lugar donde trabajaríamos, cómo llegaríamos, como nos alimentaríamos, dónde viviríamos, ¿nos casaríamos?, ¿nos esperaría el novio o la novia? Donde he de ir a trabajar, ¿ahí encontraría la pareja ideal para toda la vida? Entonces ya no regresaría más que como visitante a nuestra Patria chica. Pero esta noche, la del relato, nuestros tópicos nos hacían magistrados de la calidad de medicamentos, así como de la personalidad de los doctores y el trato de los trabajadores diferentes de las clínicas particulares o gubernamentales por donde en alguna ocasión hemos estado o continuamos visitando.
Nombramos a quienes ya son famosos porque han logrado sobresalir en el ámbito político de la educación, a los que han ganado algún premio por mínimo que sea, a nuestra condiscípula diputada quien desde las aulas de la escuela Normal ya se dibujaba para ello. Sufrimos por las decepciones de la vida de otros, demostrando franca empatía incluso ante los ausentes. Quisimos ir más allá y haciendo uso de la tecnología platicamos con dos grandes amigos que se encuentran fuera de nuestro Estado, nos presentamos todos y los “te extraño, te quiero, cuándo vienes, llegas a tu casa, haces falta, etc.”, estuvieron en todos los diálogos virtuales. Despedida del uso del espacio cibernético lleno de besos, “pronto llego, ahora sí voy, avísenme de la próxima reunión” y más peticiones que buscaban detener el tiempo cobrado por el tal señor Slim y acortar esas enormes distancias que nos separaban esa noche llena de sonrisas, abrazos, palabras, miradas llenas de brillo inusitado provocado esto por la noche de reencuentro. Vamos ya por los treinta y tres años de haber egresado de nuestra amantísima Escuela Normal “Rodolfo Menéndez de la Peña”; más de un centenar de maestros que ahora reflexionamos, tenemos argumentos y teorías para ello, de todo el andar en el tiempo y nuestro espacio. Así como Machado, a quien conocimos en música de Serrat por calor de nuestro amigo quien llegó al epílogo de la noche, sabemos que al caminar, más que arar en el desierto, hicimos estelas en la mar, y no hemos vuelto la vista atrás pues estamos seguros que se encuentra la senda que nunca se ha de volver a pisar. Quedamos en una reunión próxima; ya tenemos el proyecto de visita de quienes lejos están; el compromiso de avisar a quienes veamos para ser más, pero sobre todo de aprovechar los medios para no olvidarnos, para estar cerca uno del otro, unos de los otros en el tiempo que aún nos queda sintiéndonos maestros, todavía formando mentes algunos, viendo sus obras creadas otros, pero todos con un solo pensamiento vinculado por la escuela que nos unió y nos permitió portar con orgullo el título de Profesor de Educación Primaria.

Comentarios

  1. La nostalgia no es por los 33 años, sino por no poder estar ahí, riendo, abrazando, recordando... Volviendo a vivir aquella época en la que no éramos expertos en nada y salimos de casa con una mochila de ilusiones en la espalda. Estaré ahí... lo sé ¡¡

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