Los valores en la familia, la escuela y la iglesia
NOTA: El texto que a continuación expongo lo escribo desde el 23 de agosto de 2010 bajo el título "Los valores y los compromisos" en el face personal en la sección de notas. Acompaño también el texto "El trabajo formativo de la escuela y de la iglesia". Aprovecho el regreso a esta solitaria página perdida entre millones en el ciberespacio y logrando correcciones de estilo la publico de nuevo con el título que antecede, en el mes de septiembre. Quiero repetirla, toda vez que próximamente se celebrará en nuestra Arquidiócesis, del 10 al 17 de octubre, la Semana de la Familia 2010, por una emergente preocupación del Papa Benedicto XVI relacionada con la dificultad educativa que presentan maestros, educadores, sacerdotes, pastores, padres de familia "para formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a su vida" (sic). Así que para la relectura (si así puede llamársele), mi pequeña colaboración.
Cada vez el tema de los valores parece entrar en un "sube y baja" de acuerdo con las temporadas que necesiten promocionarse. Si lo vemos desde el punto de vista generacional estamos coexistiendo gente de épocas que van desde lo riguroso de la aplicación de los valores (el respeto de hijos hacia los padres, trastocado esto en la obediencia sin chistar, la disciplina ante los mayores, la rebeldía casi anárquica que inicia con poner en duda la aplicación de los valores, la aplicación de leyes que condicionan inquisitoriamente los métodos correctivos empleados en la antigüedad, pretextando la creación de traumas productores de individuos problemáticos; teorías y sus autores indicando la nueva forma de educar a los hijos; tiempos de necesidades económicas o familias disfuncionales que provocan la educación infantil por abuelitos dulces, tíos, gente extraña, escuelas especializadas, guarderías, etc.; niños que ven a sus padres el tiempo necesario para ello...) hasta la omisión de ellos porque se desconocen totalmente.
¿Dónde inicia la educación en valores? La respuesta es única: en la familia. Pero, ¿qué tanto papá y mamá pueden , como diría Lafarga, contagiar estos valores? Para hacerlo es preciso tenerlos.
Hagamos conciencia si ya somos padres o preparándonos, desde cualquier edad, para serlo. ¿Saludamos cuando entramos a nuestra casa, casa vecinal, tienda de la esquina, al encontrarnos a algún conocido o cuando pasamos junto a otro ser humano como nosotros? Hemos olvidado decir "buenos días", o "buenas tardes..."
Llegamos a pensar que para educar a nuestro hijos es que se han creado las instituciones; las más fuertes, la escuela y la iglesia. Y es tanta nuestra creencia en ello que incluso exigimos que así sea, sin darnos cuenta ni aceptando que el comportamiento de nuestros vástagos en el interior de los espacios señalados es producto de lo que han aprendido en el hogar.
¿Qué tanta atención le damos a nuestros hijos? ¿Qué pretextamos para decir que no tenemos tiempo? ¿Qué tanta culpa manejamos recíprocamente entre papá y mamá? ¿Qué apoyo buscamos y dónde lo hacemos? ¿Cada cuándo acudimos al maestro, al sacerdote, pastor, ministro y confiamos en la respuesta y consejos o sugerencias que dan de nuestros hijos, muchas veces refiriéndose a comportamientos totalmente diferentes a los demostrados en casa o similares pero que como padres no podemos aceptar?
En lugar de eso, reclamamos. Pero enseñamos a nuestros hijos que ése es nuestro derecho: reclamar y exigir a otros lo que nosotros en primerísima instancia debemos hacer. De forma más frecuente puede observarse a la entrada de las escuelas o de las iglesias a niños bajándose de vehículos (incluso mal estacionados) de todo tipo, rápidamente porque ya es tiempo o se ha hecho tarde y con un simple gesto de despedida o un "vengo a buscarte", "te vas a la casa" se inicia la separación familiar mientras al mismo tiempo se observa a ambos lados de la calle ya que es momento de retirarse pues se ha cumplido con los hijos; a partir de ese momento y durante dos, tres, cuatro o cinco horas la responsabilidad del cuidado de ellos es de otros. Los papás estamos libres y si pasa algo, exigimos. Al fin y al cabo para eso están las instituciones. Y así estamos formando a la siguiente generación.
Y si hay familias que manejan, practican y promueven los valores, lo que se traduce en hijos responsables que llegan a ser buenos estudiantes o buenos creyentes, son punto de crítica destructiva en vez de ejemplo imitar para mejorar.
Así las cosas, es muy difícil comprometerse. La sociedad en sí, pierde al no tener valores; lo que se acentúa con los medios de comunicación, pues tener valores no vende cosas. ¿Cuántas personas que pertenecen a las escuelas e iglesias acuden a realizar trabajo comunitario, honorario, para el mejoramiento de las instituciones? El compromiso no es nuestro, sino de quienes ostentan los cargos que les obligan a responder a las exigencias, todas carentes de apoyo.
Escuela e Iglesia deben trabajar coordinadamente en atención a la familia, en estos aspectos desde sus propias trincheras. Es un trabajo complejo pues hay que educar a tres o cuatro generaciones de manera simultánea y enseñar a luchar "contra la corriente" caudalosa de los medios de comunicación que a través de su programación (comerciales incluidos) desvalorizan a nuestra sociedad.
Nos preocupamos por el planeta por aquello de la capa de ozono y el calentamiento global, la escasez de agua y alimentos, pero también es importante preocuparnos y ocuparnos de los valores que debemos contagiar.
El trabajo formativo de la iglesia y de la escuela
Aclaro que no pretendo violentar el Artículo Tercero Constitucional. No. Pero los temas de secuestro, de asesinatos, de narcotráfico, de delincuencia de todo tipo que gira por todo el mundo, por nuestro México del Bicentenario me lleva a preguntarme y preguntar ¿Cuál es la causa de que existan hombres y mujeres que traicionen los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, los valores morales más básicos, las enseñanzas aparecidas en el gran libro llamado Biblia, el vuelco de sus conciencias hacia la maldad; el alejamiento del bien, realizando todo esto con la mayor tranquilidad y confianza aún con la plena conciencia de que los hechos violan flagrantemente los derechos civiles y eclesiásticos?
Tal vez suene trágico, pero la respuesta está en la escuela y la iglesia. La formación valoral es débil ante la avalancha de materialismo que ofrecen los medios de comunicación; la preparación de los maestros es de buena calidad, pero el compromiso es lo que falta. NO hay tantos sacerdotes y maestros con verdadera vocación como quisiéramos y la rapidez de la vida actual obliga a los individuos a ver a estas dos instituciones como espacios de paso obligado para su instrucción académica y moral; cumplir de lunes a viernes o los domingos en horarios específicos es suficiente, pero no hay conciencia de lo que sucede al interior del individuo; no hay reflexión completa.
El alejamiento de la iglesia acaba con la espiritualidad del ser humano; y si el débil de espíritu es un encargado de la educación de los individuos, no hay entonces enseñanza cuerda ni aprendizaje significativo. Nunca enseñaremos como exigía Juan Pablo II: "¡A remar contra la corriente!; ¡Eduquen con vocación hacia la santidad!
La primera escuela e iglesia es desde luego la familia; el núcleo de toda sociedad. Pero ahí encontramos anidada la maldad: familias totalmente disfuncionales, uniparentales o unidas como matrimonio pero que con las necesidades económicas provocadas por el mismo materialismo y alejamiento de las instituciones (cerramos y formamos un círculo vicioso) deben dejar a los niños a la deriva, aun cuando sean cuidados por abuelitos o parientes cercanos; a esto debo añadir el revoltillo que ahora con las nuevas reglas para los homosexuales (a quienes respeto como seres humanos y hermanos míos) trasngreden las leyes de la naturaleza y de la sociedad que busca un modo de vida acorde con la Paz Social.
Tanto la escuela como la iglesia debemos reforzar nuestras enseñanzas valorales; los nuevos programas educativos ponderan la transversalidad en la aplicación de valores elementales como el respeto y la tolerancia. Ante esto Juan Lafarga decía que los valores no se enseñan, sino se contagian ¡y tiene razón! Ya San Francisco de Asís, mucho tiempo anterior, había enseñado que la mejor forma de predicar ante los que escuchan atentamente es con la forma de vida del predicador.
Los maestros de todos los niveles y jerarquías, el personal todo de la iglesia, ¿estamos preparados para predicar con el ejemplo? Es difícil entrar por la puerta más angosta; pero más deprimente será cuando alguien niegue conocernos aun cuando le mostremos todas las obras que hayamos hecho.
Es el momento de actuar. Escuela e Iglesia debemos ponernos las pilas para combatir todos los males mencionados al principio. Constituimos la respuesta para este trabajo que no es fácil. Maestros y sacerdotes son acusados constantemente bajo el pretexto materialista de los derechos humanos que pierden la noción de libertad y es congruente a veces con el libertinaje, creando grupos sociales irrespetuosos de las instituciones que quedan en total desamparo ante la crítica nefasta que promueven los medios de comunicación con el afán de vender para subsistir.
No debemos sin embargo decaer. Somos las dos columnas que sotienen el templo del bien, somos los artesanos que volverán la piedra bruta en cúbica. Es hora de empezar. El mal nos lleva la delantera.
Cada vez el tema de los valores parece entrar en un "sube y baja" de acuerdo con las temporadas que necesiten promocionarse. Si lo vemos desde el punto de vista generacional estamos coexistiendo gente de épocas que van desde lo riguroso de la aplicación de los valores (el respeto de hijos hacia los padres, trastocado esto en la obediencia sin chistar, la disciplina ante los mayores, la rebeldía casi anárquica que inicia con poner en duda la aplicación de los valores, la aplicación de leyes que condicionan inquisitoriamente los métodos correctivos empleados en la antigüedad, pretextando la creación de traumas productores de individuos problemáticos; teorías y sus autores indicando la nueva forma de educar a los hijos; tiempos de necesidades económicas o familias disfuncionales que provocan la educación infantil por abuelitos dulces, tíos, gente extraña, escuelas especializadas, guarderías, etc.; niños que ven a sus padres el tiempo necesario para ello...) hasta la omisión de ellos porque se desconocen totalmente.
¿Dónde inicia la educación en valores? La respuesta es única: en la familia. Pero, ¿qué tanto papá y mamá pueden , como diría Lafarga, contagiar estos valores? Para hacerlo es preciso tenerlos.
Hagamos conciencia si ya somos padres o preparándonos, desde cualquier edad, para serlo. ¿Saludamos cuando entramos a nuestra casa, casa vecinal, tienda de la esquina, al encontrarnos a algún conocido o cuando pasamos junto a otro ser humano como nosotros? Hemos olvidado decir "buenos días", o "buenas tardes..."
Llegamos a pensar que para educar a nuestro hijos es que se han creado las instituciones; las más fuertes, la escuela y la iglesia. Y es tanta nuestra creencia en ello que incluso exigimos que así sea, sin darnos cuenta ni aceptando que el comportamiento de nuestros vástagos en el interior de los espacios señalados es producto de lo que han aprendido en el hogar.
¿Qué tanta atención le damos a nuestros hijos? ¿Qué pretextamos para decir que no tenemos tiempo? ¿Qué tanta culpa manejamos recíprocamente entre papá y mamá? ¿Qué apoyo buscamos y dónde lo hacemos? ¿Cada cuándo acudimos al maestro, al sacerdote, pastor, ministro y confiamos en la respuesta y consejos o sugerencias que dan de nuestros hijos, muchas veces refiriéndose a comportamientos totalmente diferentes a los demostrados en casa o similares pero que como padres no podemos aceptar?
En lugar de eso, reclamamos. Pero enseñamos a nuestros hijos que ése es nuestro derecho: reclamar y exigir a otros lo que nosotros en primerísima instancia debemos hacer. De forma más frecuente puede observarse a la entrada de las escuelas o de las iglesias a niños bajándose de vehículos (incluso mal estacionados) de todo tipo, rápidamente porque ya es tiempo o se ha hecho tarde y con un simple gesto de despedida o un "vengo a buscarte", "te vas a la casa" se inicia la separación familiar mientras al mismo tiempo se observa a ambos lados de la calle ya que es momento de retirarse pues se ha cumplido con los hijos; a partir de ese momento y durante dos, tres, cuatro o cinco horas la responsabilidad del cuidado de ellos es de otros. Los papás estamos libres y si pasa algo, exigimos. Al fin y al cabo para eso están las instituciones. Y así estamos formando a la siguiente generación.
Y si hay familias que manejan, practican y promueven los valores, lo que se traduce en hijos responsables que llegan a ser buenos estudiantes o buenos creyentes, son punto de crítica destructiva en vez de ejemplo imitar para mejorar.
Así las cosas, es muy difícil comprometerse. La sociedad en sí, pierde al no tener valores; lo que se acentúa con los medios de comunicación, pues tener valores no vende cosas. ¿Cuántas personas que pertenecen a las escuelas e iglesias acuden a realizar trabajo comunitario, honorario, para el mejoramiento de las instituciones? El compromiso no es nuestro, sino de quienes ostentan los cargos que les obligan a responder a las exigencias, todas carentes de apoyo.
Escuela e Iglesia deben trabajar coordinadamente en atención a la familia, en estos aspectos desde sus propias trincheras. Es un trabajo complejo pues hay que educar a tres o cuatro generaciones de manera simultánea y enseñar a luchar "contra la corriente" caudalosa de los medios de comunicación que a través de su programación (comerciales incluidos) desvalorizan a nuestra sociedad.
Nos preocupamos por el planeta por aquello de la capa de ozono y el calentamiento global, la escasez de agua y alimentos, pero también es importante preocuparnos y ocuparnos de los valores que debemos contagiar.
El trabajo formativo de la iglesia y de la escuela
Aclaro que no pretendo violentar el Artículo Tercero Constitucional. No. Pero los temas de secuestro, de asesinatos, de narcotráfico, de delincuencia de todo tipo que gira por todo el mundo, por nuestro México del Bicentenario me lleva a preguntarme y preguntar ¿Cuál es la causa de que existan hombres y mujeres que traicionen los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, los valores morales más básicos, las enseñanzas aparecidas en el gran libro llamado Biblia, el vuelco de sus conciencias hacia la maldad; el alejamiento del bien, realizando todo esto con la mayor tranquilidad y confianza aún con la plena conciencia de que los hechos violan flagrantemente los derechos civiles y eclesiásticos?
Tal vez suene trágico, pero la respuesta está en la escuela y la iglesia. La formación valoral es débil ante la avalancha de materialismo que ofrecen los medios de comunicación; la preparación de los maestros es de buena calidad, pero el compromiso es lo que falta. NO hay tantos sacerdotes y maestros con verdadera vocación como quisiéramos y la rapidez de la vida actual obliga a los individuos a ver a estas dos instituciones como espacios de paso obligado para su instrucción académica y moral; cumplir de lunes a viernes o los domingos en horarios específicos es suficiente, pero no hay conciencia de lo que sucede al interior del individuo; no hay reflexión completa.
El alejamiento de la iglesia acaba con la espiritualidad del ser humano; y si el débil de espíritu es un encargado de la educación de los individuos, no hay entonces enseñanza cuerda ni aprendizaje significativo. Nunca enseñaremos como exigía Juan Pablo II: "¡A remar contra la corriente!; ¡Eduquen con vocación hacia la santidad!
La primera escuela e iglesia es desde luego la familia; el núcleo de toda sociedad. Pero ahí encontramos anidada la maldad: familias totalmente disfuncionales, uniparentales o unidas como matrimonio pero que con las necesidades económicas provocadas por el mismo materialismo y alejamiento de las instituciones (cerramos y formamos un círculo vicioso) deben dejar a los niños a la deriva, aun cuando sean cuidados por abuelitos o parientes cercanos; a esto debo añadir el revoltillo que ahora con las nuevas reglas para los homosexuales (a quienes respeto como seres humanos y hermanos míos) trasngreden las leyes de la naturaleza y de la sociedad que busca un modo de vida acorde con la Paz Social.
Tanto la escuela como la iglesia debemos reforzar nuestras enseñanzas valorales; los nuevos programas educativos ponderan la transversalidad en la aplicación de valores elementales como el respeto y la tolerancia. Ante esto Juan Lafarga decía que los valores no se enseñan, sino se contagian ¡y tiene razón! Ya San Francisco de Asís, mucho tiempo anterior, había enseñado que la mejor forma de predicar ante los que escuchan atentamente es con la forma de vida del predicador.
Los maestros de todos los niveles y jerarquías, el personal todo de la iglesia, ¿estamos preparados para predicar con el ejemplo? Es difícil entrar por la puerta más angosta; pero más deprimente será cuando alguien niegue conocernos aun cuando le mostremos todas las obras que hayamos hecho.
Es el momento de actuar. Escuela e Iglesia debemos ponernos las pilas para combatir todos los males mencionados al principio. Constituimos la respuesta para este trabajo que no es fácil. Maestros y sacerdotes son acusados constantemente bajo el pretexto materialista de los derechos humanos que pierden la noción de libertad y es congruente a veces con el libertinaje, creando grupos sociales irrespetuosos de las instituciones que quedan en total desamparo ante la crítica nefasta que promueven los medios de comunicación con el afán de vender para subsistir.
No debemos sin embargo decaer. Somos las dos columnas que sotienen el templo del bien, somos los artesanos que volverán la piedra bruta en cúbica. Es hora de empezar. El mal nos lleva la delantera.
Quizás se piense mal al decir que los comentarios moderados son por mi único(a) lector(a) mas no es así. Quien se atrevió a flagelar los escritos es alguien que por el tipo de escritura, carece de cultura literaria y por tanot hace mal uso del español. Pienso que fue alguien que llegó por accidente y eso hizo que escribiera también de forma anónima y grosera. fueron de hecho dos comentarios con palabras de burla, pero eso tan simple me hizo pensar en moderar para que sólo esté lo que valga la pena publicar: una frase de aliento, una pregunta incógnita, un comentario cómico o fugaz, una invitación a salir, tal vez; un viaje todo pagado (pudiera ser). En fin. Siempre he tenido un sólo comentarista, como en este caso, nomás uno. Así las cosas
ResponderEliminarEspero no haya sido algún comentario mío el que empañó la publicación. ¿Tienes idea de quién soy?
ResponderEliminarMi paciente lector(a): Desconociendo totalmente tu identidad al sumergirte en el anonimato, no puedo saber, por lógica, quién eres. En algún comentario de los que moderé erróneamente escribiste en femenino, aun cuando después usaste el bigénero para conducirte. Por tanto no puedo saber si has sido tú quien escribió improperios por los textos descritos con el ánimo tan sólo de escribir por escribir, una necesidad particular que debo desarrollar si no quiero caer en más soledades de las que ya poseo. De todas formas así hubieras sido tú, ya es letra muerta, enterrada en el pasado y si alguna vez hicieras lo mismo (en el caso de que hayas sido tú, reitero) pues con las moderaciones, simplemente no saldrían a la luz los textos mal escritos y llenos de falacias y frivolidades obscenas, producto de una mente retorcida que no sabe dirigirse ante quien tal vez, ni conoce.
ResponderEliminarIgnoro el porqué de la burla a mis escritos; pero si alguien más entraba, pues ya hago ligas desde mi face, me daría pena y vergüenza que algún accidental lector se diese cuenta de comentarios tan mordaces y soeces que nada tenían que ver con lo publicado. Por cierto, desde el face he tenido tres lectores más que sí sé quiénes son pues califican con el típico "me gusta" a mis letras incidentales. Recapacito que estoy en camino del Nobel de Literatura cibernética (si es que algún día llega a existir) Cosas veredes...
Entonces está claro por lo que describes en la forma vulgar que te escribieron que no fui quien se afana por desbordar su amargura con el provecho de que cuando menos una persona lo lea. Ahora, tienes que tener en cuenta que existen ese tipo de personas y lo mejor es la moderación en la publicación que ya practicas.
ResponderEliminarHe analizado tus textos, denotas el gusto por sobresalir, intentas llamar la atención y mucha tristeza.
Va otra pista: sí te conozco. ¿ya sabes?
NO pienso que se haya desbordado amargura alguna por los comentarios soeces, ni que se apor el provecho de lectura de una sola. Quien hizo los comentarios, que por lógica no fuiste tú,manejó palabras groseras, llanas, simples, burlescas a un estilo de plática entre comentaristas y porque trato de cuidar nuestro español, no me pareció pertinente dejar todo como estaba.
ResponderEliminarGracias por tus críticas con relación a mis textos que me han hecho reflexionar pues no busco sobresalir, únicamente practicar mi escritura ya que al rellere me doy cuenta de los errores de estilo cometidos y aprendo. NO es tampoco mi intención llamar la atención ¿de quién? si no tengo tan siquiera un grupo selecto de seguidores fieles y sé que este ejercicio es un polvo de estrellas en el universo, así que es una suerte que hayas llegado hasta aquí. ¿Tristeza? Más bien preocupación, Me preocupa la sociedad misma. Yo mismo me preocupo de mí como ente social; me da coraje no poder cambiar muchas cosas, no saber contagiar de mi entusiasmo y tener que convivir con gente que busca haer prevalecer sus conceptos sin saber mediar, que se enoja cuando se le dice que lo que hace está mal, preceptos propios producto de experiencias pasadas que a la mejor, le han dejado esa norma conductual.
Me preocupan los valores familiares. Que la gente vaya muy rápido y no se detena a escuchar y platicar, que se pierda la conversación entre iguales.
Y vamos, ¡vaya pista! ¿Me conoces? Yo conozco, digamos a 200 personas, pero hay como mil, afortunadamente, que me conocen, así que menos puedo saber quién eres, lo siento mucho. Sigo sin embargo (eso sí lo has logrado) abriendo mi correo con la esperanza de encontrar, otro de tus comentarios.
He revisado los comentarios anteriores y creo que sólo fue uno o dos los que no se publicaron. No tiene importancia.
ResponderEliminarLa pista fue con toda intención para que no sepas aún quien soy. Me viene a la mente un sabio refrán, "La curiosidad mató al gato" esto va por tu esperanza de recibir comentarios míos.
Me llama la atención la escritura literaria del principio de las publicaciones, ¿son inspiraciones tuyas?