El grillo verde

No pretendo hacer declaración política alguna con la suposición textual por el título que antecede, pues no es mi incumbencia, en este momento, dedicar larga fila de letras a personajes ocupantes de sillas con línea de mando y jugosos sueldos; máxime que la comparación pudiera pensarse en tema relacionado con alguien de partido político existente. No.

Titulo como tal este escrito porque vienen a mis recuerdos la algarabía infantil y la desesperación de los adultos, cuando en cierta época del año, ingresaba por la ventana de la casa, atraído no sé porqué razones, el animalito ortóptero (vaya palabra para remitirse al diccionario) de color verde y que por antonomasia se le llama grillo, aun cuando por su color y características físicas es en realidad un saltamontes (chapulín quizás), sin dejar por ello de ser familia de aquél y de las terribles y fatídicas langostas.
Pues entonces que todo el mundo se ponía de pie o se sacudía cuando en una de esas, el pequeño animal volador intentaba posarse en cuerpo alguno. Las cabezas se agachaban y los cuerpos se doblaban; otros corrían a ponerse a salvo, más de uno gritaba de susto protegiéndose con las manos o con el objeto que encontrase, Los niños disfrutábamos de ese momento buscando el lugar donde detuviese su irregular desplazamiento aéreo para ir y atraparlo entre las manos, o con las pinzas formadas por los dedos pulgar e índice, tomarlos desde lo que a nuestro entender era la cola y así observarlos más de cerca.
Pasado el susto de los mayores y la algarabía infantil,aquéllos entonces compartían la caza nuestra y explicaban que el suceso era maravilloso, pues la visita de este insecto presagiaba muy buena suerte. Explicaban de lo raro de la llegada de uno de éstos de color verde, pues en su mayoría eran de color café y sólo saltaban a diferencia del recién capturado que podía volar. Entiendo ahora que el susto no pasaba, que algo quedaba pues al poco tiempo de la observación y el optimismo discursivo, ordenaban la liberación del cautivo pues como buen hijo creado por Dios, debía gozar de la libertad para proveerse de la naturaleza misma. Como obedientes y educados vástagos, aún en contra de nuestra voluntad, echábamos al aire a nuestro ser observado quien algunas veces no lograba estirar las alas y caía estrepitosamente al suelo sin proferir una nota de dolor por el golpe recibido; si esto ocurría, rápidamente peleábamos el honor de capturarlo de nuevo para repetir la acción; si ocurría lo mismo, entonces era recogido para ser depositado en alguna planta de las cultivadas en casa, donde recibiría protección y alimento. Total, la buena suerte ya había sido recibida en la casa y no se necesitaba más del portador y proveedor de tan buenas noticias.
Más adelante, como ha sucedido en mis otras historias, crecí. Y con ello dejé de ser el cazador que observa y fui el que atrapa para estudiar, pues en alguna ocasión tuve que llevar a la escuela uno de estos pequeños seres, ya no en mis manos o entre los dedos, sino en un pomo con tapa horadada, para que en el laboratorio lo observáramos, prácticamente lo hiciéramos pedazos, finalizando con una autopsia, que en palabras del monero porgreseño Dzib, diría si estaba vivo.
Por la urbanización de mi ciudad y la formación de la familia propia que nos hizo partir del hogar paterno, estos animalitos ya no son tan frecuentes y por tanto no pienso tanto en ellos, hasta que vuelvo a encontrarlos, en presencia solitaria, en mis visitas a la comisaría meridana de San José Tzal y la Hacienda San Antonio Tehuitz del municipio de Kanasín, ambos lugares enclavados en el medio rural en donde el monte, nuestra selva cauducifólea crea el hábitat justo para la formación de los que en sus alas portan la buena suerte, misma que riegan en polvo al batirlas rápidamente, pero que al hacernos a un lado no somos rociados con él, siendo por ello que jamás le atino a número de la suerte alguno o al consabido juego millonario Melate. Ahora hago uso de la tecnología y preservo la imagen en modernas cámaras digitales, cuyas tomas comparto en las redes sociales o en estos espacios virtuales. Tal vez si descargo la imagen en el disco duro de la computadora, la buena suerte me acompañe, mejorando esto si lo hago en algún medio extraíble de pequeño tamaño con lo que lograría la portabilidad de la virtud azarosa, al igual que el billete de dólar que he doblado para guardar en mi cartera, junto con la hoja de albahaca y la pata de conejo que cuelga de mis llaves y otros amuletos protectores que hasta hoy, no me han cumplido lo prometido.
Así las cosas

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