La brevedad del ser
No sé cuanto tiempo ha transcurrido desde aquel día cuando nos despedimos pues debía cambiar de residencia. Dejaba atrás, en el Edén, a una familia amiga con la que tuve alegrías y agradabes tertulias; quedaba ella cada vez más lejos de mí pues me había embarcado al regreso a la tierra de mis ancestros, algo que se convertía en el sueño hecho realidad.
Como sucede en estas despedidas, la amistad, un lazo muy fuerte que nos unió, dispuso que estaríamos en comunicación constante, que nos reuniríamos en mi lugar o en el de ellos según quien viajase hacia uno u otro sentido de las rutas trazadas. Eso no sucedió.
Por cuestiones del destino, sin por ello dejar pasar la responsabilidad de las pasiones humanas que tan incomprensivos nos vuelven a todos y acabamos haciendo cosas que no debíamos, las familias amigas no sólo se separaron en la distancia, sino también sus integrantes tuvieron qué hacer lo suyo e ir en pos de nuevos e inciertos horizontes, aciagos o bendecidos, pero todos, en el momento de la angustia disparatada, incapaces de ofrecer alguna perspectiva cierta.
El mundo sigue girando y con él, las conductas humanas que todo creen saber. Cada quien vivió lo suyo y lo sigue viviendo; en mí quedó el recuerdo de los amigos que se han separado, así como en el de ellos quedó la remembranza mía y el resquebrajamiento por causas para ellos desconocidas.
Dentro de esa imagen formada estaba la del niño, hijo de ambos que crece junto con mamá, amiga de todos los años y quien por su profesión, colega mía, acerca su esperanza a través de los sonidos de las voces que traen cuenta de sus haceres y refieren de su audacia y su crecimiento en el medio laboral. Quiere el destino que nos encontremos uno de tantos días y es entonces cuando desbordamos los recuerdos; cuando platicamos de los nuestros y de sus vidas, de los altibajos de las nuestras, de lo que hubo de superarse o aguantarse, de las risas y los llantos, quedando entonces en reunirnos para el café de charla en fecha y lugar no definidos. Nunca concretamos esta propuesta.
Al igual que en esta ocasión, por cuestiones de aprendizaje -nunca nos hemos detenido ante los cambios, antes bien los analizamos y disfrutamos- nos encontramos en varias ocasiones en donde la plática tomaba matices relacionados con el crecimiento de nuestros hijos. Madre de uno y yo padre ya de seis, desbordamos el orgullo para describir lo que hacen, más lo que han tenido que pasar y sufriendo por aquello que podrían esperar.
Quiere la vida que me aleje de muchas cosas y me encierre en la voracidad del trabajo que me nubla y absorbe. Pasa el tiempo contado en años y es entonces cuando me entero del enorme sufrimiento por el cual ella ha tenido que pasar: la pérdida de la familia que a través de su hijo, había formado. Me entero no en el momento que ocurre, sino cuando ha pasado ya un año. Mi cerebro en ese momento padece del ataque de imágenes que en vorágine se agolpan produciendo un dolor de cabeza y la incredulidad de la noticia. Hay confusión en los tiempos que aparecen en mis ideas, mismas que se mezclan con las emociones de imaginar el estado anímico de quien ha perdido todo.
Me duele mucho pensar en ello. Es golpear el pecho con el puño de la impotencia; de recriminar el aislamiento en el que me he colocado y no percibir en su momento la herida de quien conozco y siempre me ha tenido en cuenta. El desgarre de ponerme en el lugar de mi amiga y pasar por la tragedia que lleva en su alma. Pero ella es fuerte por su fe. Así me lo ha dicho al sentir, por su inteligencia de mujer, cómo me encontraba en ese momento.
Fortaleza de mujer, de madre, de maestra; triángulo perfecto que le da sabiduría para encontrar el paliativo a sus heridas; fortaleza para recordar al hijo y su descendencia con mucho dolor, estoy seguro, pero con el corazón en alto, blandeciendo mucho valor.
Ahora admiro más a mi amiga; por su sufrimiento y su decisión de fe. Por acercarse a Dios para protegerse y sentir su mano en ella; por el corazón enorme que le hace ser lo que es.
Aún así, me he quedado con mi dolor. Sé que ella entiende.
Como sucede en estas despedidas, la amistad, un lazo muy fuerte que nos unió, dispuso que estaríamos en comunicación constante, que nos reuniríamos en mi lugar o en el de ellos según quien viajase hacia uno u otro sentido de las rutas trazadas. Eso no sucedió.
Por cuestiones del destino, sin por ello dejar pasar la responsabilidad de las pasiones humanas que tan incomprensivos nos vuelven a todos y acabamos haciendo cosas que no debíamos, las familias amigas no sólo se separaron en la distancia, sino también sus integrantes tuvieron qué hacer lo suyo e ir en pos de nuevos e inciertos horizontes, aciagos o bendecidos, pero todos, en el momento de la angustia disparatada, incapaces de ofrecer alguna perspectiva cierta.
El mundo sigue girando y con él, las conductas humanas que todo creen saber. Cada quien vivió lo suyo y lo sigue viviendo; en mí quedó el recuerdo de los amigos que se han separado, así como en el de ellos quedó la remembranza mía y el resquebrajamiento por causas para ellos desconocidas.
Dentro de esa imagen formada estaba la del niño, hijo de ambos que crece junto con mamá, amiga de todos los años y quien por su profesión, colega mía, acerca su esperanza a través de los sonidos de las voces que traen cuenta de sus haceres y refieren de su audacia y su crecimiento en el medio laboral. Quiere el destino que nos encontremos uno de tantos días y es entonces cuando desbordamos los recuerdos; cuando platicamos de los nuestros y de sus vidas, de los altibajos de las nuestras, de lo que hubo de superarse o aguantarse, de las risas y los llantos, quedando entonces en reunirnos para el café de charla en fecha y lugar no definidos. Nunca concretamos esta propuesta.
Al igual que en esta ocasión, por cuestiones de aprendizaje -nunca nos hemos detenido ante los cambios, antes bien los analizamos y disfrutamos- nos encontramos en varias ocasiones en donde la plática tomaba matices relacionados con el crecimiento de nuestros hijos. Madre de uno y yo padre ya de seis, desbordamos el orgullo para describir lo que hacen, más lo que han tenido que pasar y sufriendo por aquello que podrían esperar.
Quiere la vida que me aleje de muchas cosas y me encierre en la voracidad del trabajo que me nubla y absorbe. Pasa el tiempo contado en años y es entonces cuando me entero del enorme sufrimiento por el cual ella ha tenido que pasar: la pérdida de la familia que a través de su hijo, había formado. Me entero no en el momento que ocurre, sino cuando ha pasado ya un año. Mi cerebro en ese momento padece del ataque de imágenes que en vorágine se agolpan produciendo un dolor de cabeza y la incredulidad de la noticia. Hay confusión en los tiempos que aparecen en mis ideas, mismas que se mezclan con las emociones de imaginar el estado anímico de quien ha perdido todo.
Me duele mucho pensar en ello. Es golpear el pecho con el puño de la impotencia; de recriminar el aislamiento en el que me he colocado y no percibir en su momento la herida de quien conozco y siempre me ha tenido en cuenta. El desgarre de ponerme en el lugar de mi amiga y pasar por la tragedia que lleva en su alma. Pero ella es fuerte por su fe. Así me lo ha dicho al sentir, por su inteligencia de mujer, cómo me encontraba en ese momento.
Fortaleza de mujer, de madre, de maestra; triángulo perfecto que le da sabiduría para encontrar el paliativo a sus heridas; fortaleza para recordar al hijo y su descendencia con mucho dolor, estoy seguro, pero con el corazón en alto, blandeciendo mucho valor.
Ahora admiro más a mi amiga; por su sufrimiento y su decisión de fe. Por acercarse a Dios para protegerse y sentir su mano en ella; por el corazón enorme que le hace ser lo que es.
Aún así, me he quedado con mi dolor. Sé que ella entiende.
Gracias amable lector(a) por tus palabras que he sentido de apoyo y confianza. He estado muy desanimado por el motivo de mi texto a grado tal que he tenido cierto malestar físico. Seguiré escribiendo para ti, en primer lugar y para los demás en segundo término. Te lo mereces.
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