Jugando con la imaginación
Esto me lo contó alguien con quien estuve platicando mientras hacía antesala para una visita al médico. Es todo un monólogo que vale la pena transcribir.
Siempre me he considerado un hombre saludable. Mi vida la he vivido con tranquilidad y a pesar de algunas enfermedades, siempre he salido adelante.
Desde niño, mis padres se ocuparon de mi alimentación, de que siempre hubiera pan en la mesa. A pesar de las adversidades económicas que en algún momento observé, nunca faltó el alimento en la casa. Me acostumbraron a ir a la escuela puntualmente; para ello debía despertar desde las cuatro y media de la madrugada; no se asombre, en su momento esto era necesario pues para el desayuno, mis padres ya habían confabulado, con días de anticipación, que éste sería ¡caldo de pescado! Por ahí alguien les comentó, o escucharon en la radio o en la incipiente televisión lo nutritivo de esto, así que. si he de ser muy inteligente y sobresalir en la vida, el caldo de pescado debía terminar. Como todo niño que se precie, a las cuatro y media de la madrugada, todo dormido y escuchando a Don Belito Sosa, el Decano de los Locutores, la visión y el olor del desayuno se tornaban desagadables para mi infantil estómago. Mi padre debía irse al trabajo pero se quedaba la férrea autoridad materna capaz de hacerte la más compleja llave de lucha libre en su regazo, con una sola mano. pues con la otra te llevaba las cucharadas del caldo con una rapidez que debiera de haber ingresado al Record Guiness, además de que esto era de forma simultánea con mis otros dos hermanos. Lo mismo ocurría cuando debíamos bebernos nuestro vaso de jugo de zanahoria. Así las cosas pasaron los días y los meses y los años.
En alguna ocasión me di cuenta de la desesperación por conseguir a alguna persona que supiera colocar alguna inyección, que para en ese entonces no era exclusivo de médicos o enfermeras, pues en toda colonia o rumbo que se precie, siempre había alguien identificado o identifcada con esta práctica atinada. Y el movimiento era porque el asma estaba haciendo presa de mí, mejor dicho de mis pulmones; el tratamiento era muy diferente a los de ahora, así que si debía salvarme, debían colocarme una intravenosa. En horas de la madrugada, Don Rubén, que era el nombre de quien inyectaba, lleggó montando en su conocidísima bicicleta, con el maletín clásico en la mano, misma que con habilidad y en apareamiento con la otra, rápidamente preparaba las jeringas y las agujas que eran reusables, pues no se había inventado el SIDA y otras enfermedades de tipo contagiosas por medio de este instrumento. Veía con terror, el gozo del interfecto al preparar la fórmula, cómo leía una y otra vez las indicaciones para llenar el tubo, colocar la aguja, empujar el émbolo para sacar el aire, hacer una pequeña fuente de chorro indicadora de que ya estaba listo y apuntar hacia alguna de mis venas que ya aparecían pues mi padre se encargaba de sujetar mi brazo y mi madre de voltearme la cabeza para que no viera lo que me estaban haciendo. Me salvé y crecí. Seguí estudiando pero mi alimentación fue rica en grasas y escasa de alimentos nutritivos pues las frutas y verduras vine a degustarlas con la ricura del sabor que encierran cuando por razones de trabajo, sólo había eso para comer. ¡Qué rico era sentir el olor al destapar la olla! Cómo recordaba los momentos en la cocina de la casa paterna y las recomendaciones de siempre: ¡come toda tu comida, incluidas las verduras para que crezcas sano y fuerte!
Heme aquí entonces platicando junto a usted, pues por no alimentarme bien, ahora tengo sobrepeso; por no acostumbrarme a caminar tan siquiera, estoy envejeciendo rápidamente; por sentirme Supermán ante los cambios climáticos, olvidándome de las secuelas que el asma dejó en mi cuerpo, ahora estoy en espera de no poder moverme por mí mismo, de necesitar ayuda para hacerlo pues el más leve esfuerzo puede desencadenar una desesperación de necesidad de oxígeno que no podré compensar pues ya no hay espacio en mis pulmones; éstos se han endurecido. No se preocupe y le digo esto pues observo su cara de preocupación, pues con un buen tratamiento podré superar esto; empezando desde ahora comer nutritivamente, al decidirme a bajar de peso, al empezar a dejar mi vida sedentaria y tomar todo lo que me indiquen para suavizar y fortalecer mis pulmones, lograré vivir algo de tiempo, mcuho tal vez.
No me asusta el panorama pues tengo un as bajo de la manga. Ése lo contaré al final. por ahora, cuando hago una revisión de mi vida, me doy cuenta que no he sido del todo sincero conmigo mismo. Ante mí, me he dibujado como el mejor que pueda existir, el que sabe todo, el que todo lo puede y el que todo lo resuelve; comparable con hombres fuertes y radiantes y, al mismo tiempo, sintiéndome mediocre por no ser como ellos. He mentido a mi corazón, a mi alma, a mi cerebro, pero es tanto lo que me conduelo que por esa miseria de carácter me lo he creido todo. No, no se inquiete de nuevo, no me siento mal por ello; al contrario, esta plática hace que reflexione sobre algo de todo lo que he hecho. Por ejemplo, conocí el amor, pero no el amor de las novelas románticas o de las películas que señalan una moda, no. Conocí el amor verdadero, el que se siente cuando acaricias una mejilla, cuando haces a un lado el pelo que impide prodigar un beso, cuando besas y sientes la electricidad por todo tu cuerpo, cuando escuchas los sonidos de tu cuerpo y el de tu amada. El amor que estremece y te hace uno con tu pareja, el que hace ver las entregas pasionales y corporales como lo más divino y bendito del mundo, que te provoca el llanto y la risa, el miedo y la valentía, que te muestra que al fin has vivido.
Tengo hijos, sí, todos ellos con su particular forma de ser, unos parecidos a mí, otros a sus madres..., sí, no ponga esa cara, luego le doy explicaciones, por ahora prefiero hablar sólo de mí en línea recta; y estos frutos de mis genes son ahora la esperanza para todo cuanto viva en este mundo, como con toda seguridad lo serán los suyos, de los cuales también le daré oportunidad de hablar.
He querido ser músico, pero nunca fui a clases de música; quise ser cantante, pero nunca canté más que en el baño; quise ser pintor, pero sólo veo en blanco y negro. Quise ser todo un artista pero no fui más que un simple observador de los que sí pudieron ser artistas. Me queda el consuelo de que al menos de galán, nunca me contratarían.
¿Ya le he dicho que he venido por una tos que no se me quitaba? Pero cómo va a ser eso, déjeme contarle entonces. Siempre he tenido dolor de garganta propiciado por mi trabajo; añádale que aún sudado, tomo agua fría, abro el refirgerador, duermo con el ventilador directo a mis narices y pues, me doy el pequeño lujo de prender mi aire acondicionado para dormir mejor todavía, pero sin camiseta. Sume todo lo que le he contado y ¿el resultado? El día de hoy, aquí los dos juntos. Por cierto, usted ¿a qué vino? No sea malito, me llama la enfermera, ya me toca. No quiero pecar de injusto así que le esperaré cuando salga para que usted me cuente o, si me lo permite, para que le termine de contar mi historia que me postrará, si no me cuido, y deberá hacerme dependiente sin haber conocido algún paquete de viaje de esos todo incluido. Nos vemos al rato, recuerde, le estaré esperando.
Así las cosas, casi sin entender, mi hablador compañero desapareció tras la puerta del especialista. Luego me han llamdo para hacerme unas pruebas y al salir, no lo encotré. Por curiosidad esperé un tiempo y en una de las salidas de la enfermera me atreví a preguntar, más por el hecho de tener a alguien a quien contarle mi historia, sino por la preocupación que despertó en mí un hombre que parece alegre, que cuenta su historia de una forma vívida y que está optimista ante la adversidad de su salud, y que refiere con orgullo parte de su vida. La respuesta fue sencilla, lo habían subido a piso pues el diagnóstico requería hospitalizarlo para iniciar su recuperación;dejo dicho, sin embargo, que si alguien preguntare por él, por respuesta se diera que estaba bien, que lo que estaba haciendo era parte de seguir con vida, de tener muchos años más para vivir; respuesta que me provocó una sonrisa y la esperanza de que mi simple tos, lograré tratarla siguiendo al pie las indicaciones del médico. Por cierto, dejo a un lado las bebidas embotelladas, e iniciaré a comer de forma nutritiva. Vale hacer esto a nombre de mi interlocutor que no alcanzó contarme cuál era el as que tenía debajo de la manga para poderse curar. Averiguaré quién es y procuraré visitarlo.
Entonces debí dejar la clínica, ir a mi auto y emprender el regreso a casa...
Siempre me he considerado un hombre saludable. Mi vida la he vivido con tranquilidad y a pesar de algunas enfermedades, siempre he salido adelante.
Desde niño, mis padres se ocuparon de mi alimentación, de que siempre hubiera pan en la mesa. A pesar de las adversidades económicas que en algún momento observé, nunca faltó el alimento en la casa. Me acostumbraron a ir a la escuela puntualmente; para ello debía despertar desde las cuatro y media de la madrugada; no se asombre, en su momento esto era necesario pues para el desayuno, mis padres ya habían confabulado, con días de anticipación, que éste sería ¡caldo de pescado! Por ahí alguien les comentó, o escucharon en la radio o en la incipiente televisión lo nutritivo de esto, así que. si he de ser muy inteligente y sobresalir en la vida, el caldo de pescado debía terminar. Como todo niño que se precie, a las cuatro y media de la madrugada, todo dormido y escuchando a Don Belito Sosa, el Decano de los Locutores, la visión y el olor del desayuno se tornaban desagadables para mi infantil estómago. Mi padre debía irse al trabajo pero se quedaba la férrea autoridad materna capaz de hacerte la más compleja llave de lucha libre en su regazo, con una sola mano. pues con la otra te llevaba las cucharadas del caldo con una rapidez que debiera de haber ingresado al Record Guiness, además de que esto era de forma simultánea con mis otros dos hermanos. Lo mismo ocurría cuando debíamos bebernos nuestro vaso de jugo de zanahoria. Así las cosas pasaron los días y los meses y los años.
En alguna ocasión me di cuenta de la desesperación por conseguir a alguna persona que supiera colocar alguna inyección, que para en ese entonces no era exclusivo de médicos o enfermeras, pues en toda colonia o rumbo que se precie, siempre había alguien identificado o identifcada con esta práctica atinada. Y el movimiento era porque el asma estaba haciendo presa de mí, mejor dicho de mis pulmones; el tratamiento era muy diferente a los de ahora, así que si debía salvarme, debían colocarme una intravenosa. En horas de la madrugada, Don Rubén, que era el nombre de quien inyectaba, lleggó montando en su conocidísima bicicleta, con el maletín clásico en la mano, misma que con habilidad y en apareamiento con la otra, rápidamente preparaba las jeringas y las agujas que eran reusables, pues no se había inventado el SIDA y otras enfermedades de tipo contagiosas por medio de este instrumento. Veía con terror, el gozo del interfecto al preparar la fórmula, cómo leía una y otra vez las indicaciones para llenar el tubo, colocar la aguja, empujar el émbolo para sacar el aire, hacer una pequeña fuente de chorro indicadora de que ya estaba listo y apuntar hacia alguna de mis venas que ya aparecían pues mi padre se encargaba de sujetar mi brazo y mi madre de voltearme la cabeza para que no viera lo que me estaban haciendo. Me salvé y crecí. Seguí estudiando pero mi alimentación fue rica en grasas y escasa de alimentos nutritivos pues las frutas y verduras vine a degustarlas con la ricura del sabor que encierran cuando por razones de trabajo, sólo había eso para comer. ¡Qué rico era sentir el olor al destapar la olla! Cómo recordaba los momentos en la cocina de la casa paterna y las recomendaciones de siempre: ¡come toda tu comida, incluidas las verduras para que crezcas sano y fuerte!
Heme aquí entonces platicando junto a usted, pues por no alimentarme bien, ahora tengo sobrepeso; por no acostumbrarme a caminar tan siquiera, estoy envejeciendo rápidamente; por sentirme Supermán ante los cambios climáticos, olvidándome de las secuelas que el asma dejó en mi cuerpo, ahora estoy en espera de no poder moverme por mí mismo, de necesitar ayuda para hacerlo pues el más leve esfuerzo puede desencadenar una desesperación de necesidad de oxígeno que no podré compensar pues ya no hay espacio en mis pulmones; éstos se han endurecido. No se preocupe y le digo esto pues observo su cara de preocupación, pues con un buen tratamiento podré superar esto; empezando desde ahora comer nutritivamente, al decidirme a bajar de peso, al empezar a dejar mi vida sedentaria y tomar todo lo que me indiquen para suavizar y fortalecer mis pulmones, lograré vivir algo de tiempo, mcuho tal vez.
No me asusta el panorama pues tengo un as bajo de la manga. Ése lo contaré al final. por ahora, cuando hago una revisión de mi vida, me doy cuenta que no he sido del todo sincero conmigo mismo. Ante mí, me he dibujado como el mejor que pueda existir, el que sabe todo, el que todo lo puede y el que todo lo resuelve; comparable con hombres fuertes y radiantes y, al mismo tiempo, sintiéndome mediocre por no ser como ellos. He mentido a mi corazón, a mi alma, a mi cerebro, pero es tanto lo que me conduelo que por esa miseria de carácter me lo he creido todo. No, no se inquiete de nuevo, no me siento mal por ello; al contrario, esta plática hace que reflexione sobre algo de todo lo que he hecho. Por ejemplo, conocí el amor, pero no el amor de las novelas románticas o de las películas que señalan una moda, no. Conocí el amor verdadero, el que se siente cuando acaricias una mejilla, cuando haces a un lado el pelo que impide prodigar un beso, cuando besas y sientes la electricidad por todo tu cuerpo, cuando escuchas los sonidos de tu cuerpo y el de tu amada. El amor que estremece y te hace uno con tu pareja, el que hace ver las entregas pasionales y corporales como lo más divino y bendito del mundo, que te provoca el llanto y la risa, el miedo y la valentía, que te muestra que al fin has vivido.
Tengo hijos, sí, todos ellos con su particular forma de ser, unos parecidos a mí, otros a sus madres..., sí, no ponga esa cara, luego le doy explicaciones, por ahora prefiero hablar sólo de mí en línea recta; y estos frutos de mis genes son ahora la esperanza para todo cuanto viva en este mundo, como con toda seguridad lo serán los suyos, de los cuales también le daré oportunidad de hablar.
He querido ser músico, pero nunca fui a clases de música; quise ser cantante, pero nunca canté más que en el baño; quise ser pintor, pero sólo veo en blanco y negro. Quise ser todo un artista pero no fui más que un simple observador de los que sí pudieron ser artistas. Me queda el consuelo de que al menos de galán, nunca me contratarían.
¿Ya le he dicho que he venido por una tos que no se me quitaba? Pero cómo va a ser eso, déjeme contarle entonces. Siempre he tenido dolor de garganta propiciado por mi trabajo; añádale que aún sudado, tomo agua fría, abro el refirgerador, duermo con el ventilador directo a mis narices y pues, me doy el pequeño lujo de prender mi aire acondicionado para dormir mejor todavía, pero sin camiseta. Sume todo lo que le he contado y ¿el resultado? El día de hoy, aquí los dos juntos. Por cierto, usted ¿a qué vino? No sea malito, me llama la enfermera, ya me toca. No quiero pecar de injusto así que le esperaré cuando salga para que usted me cuente o, si me lo permite, para que le termine de contar mi historia que me postrará, si no me cuido, y deberá hacerme dependiente sin haber conocido algún paquete de viaje de esos todo incluido. Nos vemos al rato, recuerde, le estaré esperando.
Así las cosas, casi sin entender, mi hablador compañero desapareció tras la puerta del especialista. Luego me han llamdo para hacerme unas pruebas y al salir, no lo encotré. Por curiosidad esperé un tiempo y en una de las salidas de la enfermera me atreví a preguntar, más por el hecho de tener a alguien a quien contarle mi historia, sino por la preocupación que despertó en mí un hombre que parece alegre, que cuenta su historia de una forma vívida y que está optimista ante la adversidad de su salud, y que refiere con orgullo parte de su vida. La respuesta fue sencilla, lo habían subido a piso pues el diagnóstico requería hospitalizarlo para iniciar su recuperación;dejo dicho, sin embargo, que si alguien preguntare por él, por respuesta se diera que estaba bien, que lo que estaba haciendo era parte de seguir con vida, de tener muchos años más para vivir; respuesta que me provocó una sonrisa y la esperanza de que mi simple tos, lograré tratarla siguiendo al pie las indicaciones del médico. Por cierto, dejo a un lado las bebidas embotelladas, e iniciaré a comer de forma nutritiva. Vale hacer esto a nombre de mi interlocutor que no alcanzó contarme cuál era el as que tenía debajo de la manga para poderse curar. Averiguaré quién es y procuraré visitarlo.
Entonces debí dejar la clínica, ir a mi auto y emprender el regreso a casa...
¿Quién serás? ¿Quién no serás? Pero de que eres mi única lectora (ahora sé que eres mujer), eso que ni qué. Ya ves, cansado del veto en el Yucatán, donde llegué a escribir, pues ahora lo hago por acá con tal de que no pierda el estilo ¿?. Desde luego que además lo hago sólo cuando estoy inspirado y hoy, más que nunca, lo estoy. Por cierto, ¿tú sí sabes quién soy?
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