Los valores en la familia, la escuela y la iglesia

Cada vez el tema de los valores parece entrar en un "sube y baja" de acuerdo con las temporadas que necesiten promocionarse. Si lo vemos desde el punto de vista generacional estamos coexistiendo gente de épocas que van desde lo riguroso de la aplicación de los valores (el respeto de hijos hacia los padres, trastocado esto en la obediencia sin chistar, la disciplina ante los mayores, la rebeldía casi anárquica que inicia con poner en duda la aplicación de los valores, la aplicación de leyes que condicionan inquisitoriamente los métodos correctivos empleados en la antigüedad, pretextando la creación de traumas productores de individuos problemáticos; teorías y sus autores indicando la nueva forma de educar a los hijos; tiempos de necesidades económicas o familias disfuncionales que provocan la educación infantil por abuelitos dulces, tíos, gente extraña, escuelas especializadas, guarderías, etc.; niños que ven a sus padres el tiempo necesario para ello...) hasta la omisión de ellos porque se desconocen totalmente.


¿Dónde inicia la educación en valores? La respuesta es única: en la familia. Pero, ¿qué tanto papá y mamá pueden , como diría Lafarga, contagiar estos valores? Para hacerlo es preciso tenerlos.

Hagamos conciencia si ya somos padres o preparándonos, desde cualquier edad, para serlo. ¿Saludamos cuando entramos a nuestra casa, casa vecinal, tienda de la esquina, al encontrarnos a algún conocido o cuando pasamos junto a otro ser humano como nosotros? Hemos olvidado decir "buenos días", o "buenas tardes..."

Llegamos a pensar que para educar a nuestro hijos es que se han creado las instituciones; las más fuertes, la escuela y la iglesia. Y es tanta nuestra creencia en ello que incluso exigimos que así sea, sin darnos cuenta ni aceptando que el comportamiento de nuestros vástagos en el interior de los espacios señalados es producto de lo que han aprendido en el hogar.

¿Qué tanta atención le damos a nuestros hijos? ¿Qué pretextamos para decir que no tenemos tiempo? ¿Qué tanta culpa manejamos recíprocamente entre papá y mamá? ¿Qué apoyo buscamos y dónde lo hacemos? ¿Cada cuándo acudimos al maestro, al sacerdote, pastor, ministro y confiamos en la respuesta y consejos o sugerencias que dan de nuestros hijos, muchas veces refiriéndose a comportamientos totalmente diferentes a los demostrados en casa o similares pero que como padres no podemos aceptar?

En lugar de eso, reclamamos. Pero enseñamos a nuestros hijos que ése es nuestro derecho: reclamar y exigir a otros lo que nosotros en primerísima instancia debemos hacer. De forma más frecuente puede observarse a la entrada de las escuelas o de las iglesias a niños bajándose de vehículos (incluso mal estacionados) de todo tipo, rápidamente porque ya es tiempo o se ha hecho tarde y con un simple gesto de despedida o un "vengo a buscarte", "te vas a la casa" se inicia la separación familiar mientras al mismo tiempo se observa a ambos lados de la calle ya que es momento de retirarse pues se ha cumplido con los hijos; a partir de ese momento y durante dos, tres, cuatro o cinco horas la responsabilidad del cuidado de ellos es de otros. Nosotros estamos libres y si pasa algo, exigimos. Al fin y al cabo para eso están las instituciones. Y así estamos formando a la siguiente generación.

Y si hay familias que manejan, practican y promueven los valores, lo que se traduce en hijos responsables que llegan a ser buenso estudiantes o buenos creyentes, es más fácil criticar que imitar para mejorar.

Así las cosas, es muy difícil comprometerse. La sociedad en sí, pierde al no tener valores; lo que se acentúa con los medios de comunicación, pues tener valores no vende cosas. ¿Cuántas personas que pertenecen a las escuelas e iglesias acuden a realizar trabajo comunitario, honorario, para el mejoramiento de las instituciones? El compromiso no es nuestro, sino de quienes ostentan los cargos que les obligan a responder a las exigencias, todas carentes de apoyo.

Escuela e Iglesia deben trabajar coordinadamente en atención a la familia,  en estos aspectos desde sus propias trincheras. Es un trabajo complejo pues hay que educar a tres o cuatro generaciones de manera simultánea y enseñar a luchar "contra la corriente" caudalosa de los medios de comunicación que a través de su programación (comerciales incluidos) desvalorizan a nuestra sociedad.

Nos preocupamos por el planeta por aquello de la capa de ozono y el calentamiento global, la escasez de agua y alimentos, pero también es importante preocuparnos y ocuparnos de los valores que debemos contagiar.


El trabajo formativo de la iglesia y de la escuela

Aclaro que no pretendo violentar el Artículo Tercero Constitucional. No. Pero los temas de secuestro, de asesinatos, de narcotráfico, de delincuencia de todo tipo que gira por todo el mundo, por nuestro México del Bicentenario me lleva a preguntarme y preguntar ¿Cuál es la causa de que existan hombres y mujeres que traicionen los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, los valores morales más básicos, las enseñanzas aparecidas en el gran libro llamado Biblia, el vuelco de sus conciencias hacia la maldad; el alejamiento del bien, realizando todo esto con la mayor tranquilidad y confianza aún con la plena conciencia de que los hechos violan flagrantemente los derechos civiles y eclesiásticos?




Tal vez suene trágico, pero la respuesta está en la escuela y la iglesia. La formación valoral es débil ante la avalancha de materialismo que ofrecen los medios de comunicación; la preparación de los maestros es de buena calidad, pero el compromiso es lo que falta. NO hay tantos sacerdotes como quisiéramos y la rapidez de la vida actual obliga a los individuos a ver a estas dos instituciones como espacios de paso obligado para su instrucción académica y moral; cumplir de lunes a viernes o los domingos en horarios específicos es suficiente, pero no hay conciencia de lo que sucede al interior del individuo; no hay reflexión completa.



El alejamiento de la iglesia acaba con la espiritualidad del ser humano; y si el débil de espíritu es un encargado de la educación de los individuos, no hay entonces enseñanza cuerda ni aprendizaje significativo. Nunca enseñaremos como exigía Juan Pablo II: "¡A remar contra la corriente!; ¡Eduquen con vocación hacia la santidad.



La primera escuela e iglesia es desde luego la familia; el núcleo de toda sociedad. Pero ahí encontramos anidada la maldad: familias totalmente disfuncionales, uniparentales o unidas como matrimonio pero que con las necesidades económicas provocadas por el mismo materialismo y alejamiento de las instituciones (cerramos y formamos un círculo vicioso) deben dejar a los niños a la deriva, aun cuando sean cuidados por abuelitos o parientes cercanos; a esto debo añadir el revoltillo que ahora con las nuevas reglas para los homosexuales (a quienes respeto como seres humanos y hermanos míos) trasngreden las leyes de la naturaleza y de la sociedad que busca un modo de vida acorde con la Paz Social.



Tanto la escuela como la iglesia debemos reforzar nuestras enseñanzas valorales; los nuevos programas educativos ponderan la transversalidad en la aplicación de valores elementales como el respeto y la tolerancia. Ante estoJ uan Lafarga decía que los valores no se enseñan, sino se contagian ¡y tiene razón! Ya San Francisco de Asís, mucho tiempo anterior había enseñado que la mejor forma de predicar ante los que escuchan atentamente es con la forma de vida del predicador.



Los maestros de todos los niveles y jerarquías, el personal todo de la iglesia, ¿estamos preparados para predicar con el ejemplo? Es difícil entrar por la puerta más angosta; pero más deprimente será cuando alguien niegue conocernos aun cuando le mostremos todas las obras que hayamos hecho.



Es el momento de actuar. Escuela e Iglesia debemos ponernos las pilas para combatir todos los males mencionados al principio. Constituimos la respuesta para este trabajo que no es fácil. Maestros y sacerdotes son acusados constantemente bajo el pretexto materialista de los derechos humanos que pierden la noción de libertad y es congruente a veces con el libertinaje, creando grupos sociales irrespetuosos de las instituciones que quedan en total desamparo ante la crítica nefasta que promueven los medos de comunicación con el afán de vender para subsistir.



No debemos sin embargo decaer. Somos las dos columnas que sotienen el templo del bien, somos los artesanos que volverán la piedra bruta en cúbica. Es hora de empezar. El mal nos lleva la delantera.

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